Un libro ha suscitado polémica en el ámbito de la izquierda como ninguno en los últimos años. Se trata de ‘La Trampa de la Diversidad: Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora’. Su autor, Daniel Bernabé, visitó el País Vasco hace poco para presentarlo, explicarlo y desmentir alguno de los infundios propagados por personas muy interesadas en perpetuar la situación de alienación, desnorte y parálisis estructural en la que se encuentra la clase obrera actualmente.
De entre todas las anécdotas que Bernabé apuntó dos nos llamaron poderosamente la atención: los sectores políticos y sociales del posmodernismo lo sitúan a él y a quienes coincidimos con él en el fascismo y la reacción; y por lo visto la clase obrera ya no existe o, cuanto menos, su identidad está a la altura de ser de un equipo de fútbol.
En efecto, personas que lideran proyectos políticos de cambio, personas de toda condición dedicadas a los movimientos sociales y modernos intelectuales consideran que reclamar el puesto que la clase obrera se merece en el tablero político es fascismo. Defender al conjunto de la clase obrera, sin distinción de género, raza u orientación sexual es preparar el caldo de cultivo para la reacción.
Pero eso no es todo. Les activistes de la diversidad también minimizan la pertenencia (objetiva, científica) de la mayoría de la sociedad a una clase social concreta con la excusa de que “casi nadie se considera ya de clase trabajadora”.
Queda claro que los proyectos políticos y sociales a los que tanto escuecen las 250 páginas de Daniel Bernabé no aspiran a defender a la clase obrera y demás capas populares frente a la oligarquía capitalista y aquellas personas que hasta hace poco eran ‘casta’. Entonces, ¿a quién defienden? ¿Cuál es su receta para parar al fascismo y la reacción?
Vayamos por partes.
El periodista fuenlabreño ha puesto negro sobre blanco un problema que lleva instalado en la izquierda cuanto menos los últimos cuarenta años. A saber: que la clase obrera ha desaparecido como sujeto político del discurso de la izquierda. Ya no hay trabajadores y trabajadoras más que cuando quieren pedir el voto y seguir cuatro años más intentando asaltar los cielos desde el parlamento (¡y ni si quiera eso ya!). En la práctica, toda esa amalgama de organizaciones políticas y movimientos sociales que podemos etiquetar como izquierda, ha dejado de lado un relato que une a distintos individuos con los mismos problemas laborales, de vivienda o de ocio y, muy al contrario, se ha embarcado en la búsqueda de lo específico, cuanto más diverso y diferente, mejor.
Como muestra un botón. Cuando Daniel Bernabé acudió al plató del programa Hoy por Hoy de la cadena SER a una tertulia sobre su libro se encontró con Luís Alegre, filósofo y fundador de Podemos. Ya desde el principio fue a por el periodista reconociendo “que le tenía ganas”. Alegre se sumó sin sonrojos a ese bazar ‘intelectualoide’ llamado clase media. “El Estado del Bienestar genera una clase media a partir de la cual es posible el libre desarrollo de la personalidad. Esto hace que las demandas se expresan de un modo más diverso”, manifestó, añadiendo que los datos (¿qué datos?) demuestran que todo el mundo reclama a las instituciones en función de lo anterior.
Según Alegre, gracias a la existencia de una clase media es posible el libre desarrollo de la personalidad. Es decir, si nuestra clase social es la proletaria, por ejemplo, no es posible un libre desarrollo de la personalidad porque somos todos como ovejas que van en un rebaño. Al final es lo de siempre, el culto a la individualidad frente a lo colectivo. La asunción de dogmas liberales por quienes habían venido a cambiarlo todo. ¡Esta es la izquierda muy diversa y mucho diversa!
Bien, nos va quedando un bonito cuadro. Por un lado, ser de clase obrera no representa nada para mucha gente, pero ser de clase media es lo único que te permite desarrollar tu personalidad individual sin el yugo de la colectividad. Dicho de otra manera. Algo que viene determinado por tu situación respecto a la producción (si eres empresario o trabajador, a grandes rasgos) no vale nada. Lo importante es cómo tú te sientes como individuo y te sitúas en esa clase media que no es otra cosa que algo aspiracional en el que cabe mucha gente, aunque tengan intereses económicos contrapuestos.
Ni Alegre, ni el resto de ‘modernos aspiracionales-clasemedianistas’ han inventado nada, por cierto. Los espacios comunes interclasistas en los que se apilan individuos opuestos son algo muy habitual en la ideología burguesa. José Antonio Primo de Rivera, por ejemplo, ya hablaba de España como espacio superador de las clases sociales. O sin retrotraernos tanto en el tiempo: “Yo solo veo españoles”.
El patético alegato de Luís Alegre contra Daniel Bernabé continuó en la cadena de Prisa. “A parte de una reivindicación nostálgica de cómo se ha construido la identidad entorno a los instrumentos de la III Internacional, no hay propuesta. ¿Cuál es el elemento agregador en términos de identidad que hay que defender?”, bramó.
El propio Bernabé ha repetido hasta la saciedad que el elemento agregador en términos de identidad que hay que defender es el de clase social “por ser una identidad transversal a homosexuales o mujeres”. Pero Luís Alegre a lo suyo. ¿Y qué es lo suyo? Pues podríamos decir, por lo que denotan sus palabras, que el anticomunismo y el desprecio a la clase obrera como sujeto real de cambio. Ahora resulta que la identidad de clase obrera es algo inventado por la malvada Internacional Comunista. Antes de 1919 nadie se identificaba como miembro de la clase obrera. Las 123 mujeres trabajadoras asesinadas el 25 de marzo de 1911 en la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York seguro que no tenían identidad de clase obrera, pues no habían sido engañadas aún por los comunistas.
Recordemos que Luís Alegre “le tenía ganas” a Daniel Bernabé. ¿Por qué la bobada de los instrumentos de la Tercera Internacional para crear una identidad? El propio filósofo lo explicó: “Resulta que yo también soy homosexual y el modo como nos ha tratado la Tercera Internacional…”. Muy bien. Ya hemos situado al comunismo como el principal enemigo de los homosexuales durante el periodo de entreguerras. Evidentemente con los homosexuales se cometieron errores políticos, pero la suya no es más que una excusa de preescolar.
Pero esta frase del co-fundador del partido morado esconde mucho más que una simple tontería anticomunista. Para él, lo que sólo es una condición sexual que atañe a una minoría, es mucho más importante que algo que condiciona la vida de un espectro de población muchísimo más amplio, como es la clase social. ¡Personas con la misma especificidad, uníos!
Ya tenemos la respuesta a la primera de las preguntas que nos hacíamos más arriba. ¿A quién defienden los apóstoles de la diversidad? Defienden a distintas minorías sin conciencia de clase que se auto-sitúan en la clase media aspiracional y que además compiten entre sí por ser el centro de atención.
Vamos ahora a por la segunda pregunta. ¿Cuál es la receta del posmodernismo contra el fascismo y la reacción?
El pasado 24 de octubre La Voz de Galicia titulaba: “La Marea de A Coruña alega «buena intención» al puntuar más no ser heterosexual”. Se trataba de una noticia sobre la anulación de un concurso público porque sus bases reguladoras establecían que los aspirantes subcontratados firmaran una declaración jurada sobre su orientación sexual. Algo que para alguien con dos dedos de frente es claramente ilegal; pero que en sus cabezas sonaba muy bien en una nueva vuelta de tuerca de la discriminación positiva aderezada de competencia en la diversidad: un hombre homosexual por delante de una mujer heterosexual. Tres, dos, uno… ¡luchad!
Nadie duda de la buena fe de estas personas. Solo quieren agradar y ser los políticos más ‘cool’, mientras no hacen nada realmente efectivo contra los cierres de Vestas, Alcoa o La Naval, donde trabajan personas muy diversas, pero igualmente jodidas. Lo preocupante es que la tontería de turno termina dando la razón a las posiciones de ultraderecha, fascistas y reaccionarias. Frente al fomento de la diferencia entre iguales quienes sacan el mayor provecho son ellos. Como el propio Bernabé explica: “No se pueden articular mayorías sociales de cambio cuando a la banda le metes en la cabeza que ya no es que no se parezcan en nada al que tiene al lado, si no que no se parece nada ni a sí mismo hace cuatro horas».
En efecto, frente a la exaltación de la diferencia, gracias a la constante atomización del movimiento popular, quien ofrece una identidad que engloba a la mayoría es la reacción, que es una y trina al mismo tiempo. Se trata de una identidad basada en el nacionalismo y la defensa de un estilo de vida mayoritario que muestran, falsamente, como amenazado por las identidades minoritarias. Porque ahora resulta que no vale solo con ser mujer para disfrutar de una discriminación positiva. Hay que ser homosexual, o al menos jurarlo por escrito por triplicado.
Mientras la izquierda se entretiene con las diversidades y organiza talleres de cata de cerveza eco-feminista, los capitalistas saben perfectamente qué pasos dar. No es casualidad que la nueva sensación derechista, VOX, se haya lanzado a conquistar los barrios obreros de Madrid, donde a priori no debiera tener tanto predicamento. Y lo harán en buena medida, porque nadie ocupa ese espacio realmente. Otro tanto podríamos decir de Hogar Social Madrid y su defensa de los españoles con problemas. ¿Qué activistas de la diversidad se preocupan por los problemas cotidianos de los españoles? “Las vallas de Ceuta y Melilla son heteropatriarcales”.
Los barrios obreros han sido siempre territorio de las organizaciones de izquierdas. El voto a partidos de derechas era siempre visto como algo extraño a la idiosincrasia de dichas colectividades. Pero ahora la izquierda de la diversidad sólo ofrece a esos vecinos y vecinas políticas de identidad y guerras culturales en el marco del capitalismo. Ya no hablan de abolir el sistema que les instala veinte casas de apuestas a las puertas de sus casas.
El vacío dejado por un discurso basado en la lucha de clases lo está llenando el de los reaccionarios y fascistas, que ofrecen a esos vecinos y vecinas una mayoría muy clara a la que adherirse mediante la demagogia anti-élites. ¿Quién deja puertas y ventanas abiertas a la reacción y los fascistas?