Sergio Ortiz, del Partido de la Liberación de Argentina, reflexiona sobre el deporte favorito del imperialismo: demonizar a Corea del Norte y a su presidente Kin Jong-un.
La culpa siempre es de Corea del Norte
SERGIO ORTIZ
Uno de los deportes más practicados por el imperialismo y sus agencias de desinformación es la demonización de la República Popular Democrática de Corea y a su presidente Kim Jong-un. Lo caracterizan como un dictador brutal que oprime a su pueblo y un peligro mortal para sus vecinos al sur del paralelo 38 con capital en Seúl. Añaden, para que la mentira sea total, que el país socialista con capital en Pyongyang es un peligro para la paz mundial porque sería un productor en serie de bombas atómicas y misiles de todos los calibres y alcances.
La RPDC es un país socialista fundado en 1948 y que a poco de andar sufrió una guerra desigual impuesta por los ejércitos de Estados Unidos y su aliada de Corea del Sur, entre 1950 y 1953. Derrotados los invasores y desechada por Truman la propuesta del general McArthur de arrojar allí la bomba atómica como en Hiroshima y Nagasaki, a los agresores no les quedó más remedio que convivir con la Corea del Norte fundada por Kim Il Sung.
Cómo habrá sido de traumática la experiencia de Corea para las tropas de EE UU que el fin de la guerra no dio lugar a un tratado de paz sino simplemente un alto del fuego o armisticio. El estado de guerra quedó latente, para cuando las armas le dieran al Pentágono una segunda oportunidad, que hasta ahora no tuvieron pero que nunca la descartaron.
No hay en ese revanchismo sólo una cuenta pendiente con los norcoreanos. Es obvio que detrás de Pyongyang los yanquis siempre tuvieron a Beijing en la mira, su gran enemigo y que jugó un gran papel en la guerra citada, al poner a disposición de los norcoreanos a un millón de Voluntarios del Pueblo Chino, como se llamó a ese ejército internacionalista de ojos rasgados.
NI CON SANCIONES NI AMENAZAS NUCLEARES
Aunque las sanciones internacionales ya venían de tiempos de Barack Obama e incluso antes, en septiembre y diciembre del 2017 el Consejo de Seguridad de la ONU votó una novena tanda de medidas coercitivas contra el país socialista.
La resolución reduce en 90 por ciento el acceso a gasolina, diésel, aceite pesado y otros derivados del petróleo. En vez de los dos millones de barriles al año, a partir del 1 de enero de 2018 se permitían 500.000 barriles anuales de estos productos. También se prohibían exportaciones de “alimentos y productos agrícolas, máquinas, aparatos electrónicos, tierra, rocas y maderas y barcos”. Para ahogar más a la RPDC, esos democráticos 15 miembros del Consejo de Seguridad, incluidos lamentablemente China y Rusia (porque la resolución fue por unanimidad), exigieron que los ciudadanos de Corea del Norte que trabajan en el extranjero y con sus giros benefician la economía de sus familias en el país asiático, sean expulsados en un plazo de dos años.
¿Cuál era el supuesto delito de los norcoreanos? Seguir adelante con su sistema socialista y planes de defensa, probando misiles, para prevenir y disuadir posibles ataques norteamericanos y de sus aliados surcoreanos y japoneses.
Esos sectores se volvieron locos el 28 de noviembre de ese año 2017, cuando Kim Jong-un fue visto en el lanzamiento del misil ‘Hwasong-15’. Sonaron todas las alarmas porque el mismo alcanzó una altura de 4.500 kilómetros y voló 800 km hasta caer en aguas de zona económica exclusiva japonesa, pero fuera de sus 200 millas. El mensaje norcoreano era clarísimo: dejen en paz a nuestro país porque podemos golpearlos en el territorio norteamericano. Y tenemos en la mira a las bases suyas en Corea del Sur, donde hay 30.000 marines, y las de la isla de Guam, con 6.000.
Tanto Trump como la embajadora de EE UU en Naciones Unidas, Nikki Haley, tuvieron declaraciones casi idénticas en 2017: “el dictador norcoreano tomó una decisión que acerca al mundo a la guerra; y si hay una guerra el régimen norcoreano será totalmente destruido”. El magnate neonazi acariciaba el botón nuclear con ganas de apretarlo.
Como la otra parte se mantuvo firme y siguió con su modesto plan de defensa militar y misilístico, al final la administración Trump tuvo que calmarse y proponer negociaciones. Por otro lado la apertura de negociaciones pacíficas venía siendo una propuesta que a partir de 2018 Kim Jong-un le venía haciendo a su par surcoreano Moon Jae-in. Y esa prédica dio resultado cuando esos dos líderes tuvieron reuniones y una delegación socialista viajó a los Juegos Olímpicos de invierno en Corea del Sur. La presidía Kim Yo-jong, la hermana menor del mandatario norcoreano.
El resultado es que el Trump a punto de lanzar bombas atómicas sobre Pyongyang terminó entrevistándose tres veces con su archienemigo Kim. La primera vez fue el 12 de junio de 2018 en Singapur, cuando exploraron la posibilidad de un plan para desnuclearizar la península coreana. La segunda fue el 26 de febrero de 2019 en Hanoi (Vietnam). Y la tercera en la zona desmilitarizada de las dos Coreas el 29 de junio de 2019, en la localidad fronteriza de Panmunmjon.
A las agencias de desinformación les costó mucho reacomodar su enfoque de Kim como “un dictador y amenaza a la paz mundial”, luego de esas reuniones. La realidad lo ubicaba como el dirigente de un país que ha sufrido la guerra en tierra propia y quiere vivir en paz. Y se arma de misiles para que lo dejen vivir, sin permitir que los viejos verdugos de su tierra vuelvan a invadir como en 1950.
A propósito, en aquella guerra murieron 4 millones de civiles, en su mayoría del norte; 215.000 soldados norcoreanos, un número mayor de voluntarios chinos, 40.000 efectivos norteamericanos y 46.000 surcoreanos. Hasta la National Geographic dice que “Corea del Norte en particular se vio diezmada por los bombardeos y las armas químicas”.
BLOQUEO Y DEMONIZACIÓN
Kim Jong-un les dio la mano, por separado, al colega y vecino Moon Jae-in y a Trump, en 2018 y 2019, pero no hubo forma de alcanzar un acuerdo porque EE UU exigía desarme a cambio de levantar las sanciones. Y eso Corea del Norte no podía aceptarlo. No fue una situación excepcional porque cosas similares, no idénticas, ocurren con el bloqueo y sanciones de Washington contra La Habana y Teherán. Las exigencias yanquis son en definitiva de cuestiones de principios contra el país socialista y la república islámica, y en caso que éstos cedieran seguramente vendrían otros chantajes hasta concluir con la decapitación de sus respectivos sistemas políticos y sociales. Por eso no hubo acuerdos porque se trataba de imposiciones estadounidenses contra Cuba, Irán y Corea del Norte.
A diferencia de los dos primeros, Corea en efecto tiene armas atómicas, a lo sumo serían 60 (otras fuentes dicen que menos de la mitad). ¿Qué es eso en comparación con las entre 5.000 y 7.700 ojivas nucleares atesoradas por los norteamericanos en 800 bases militares, refugios terrestres, barcos y aviones? Y, además, como se dijo, con el antecedente de haberlas utilizado contra esas dos ciudades japoneses en agosto de 1945, con unos 250.000 muertos.
¿A qué viene este racconto histórico? A que en el presente septiembre de 2021 han recrudecido las amenazas bélicas en la península y la parte norteamericana y surcoreana le quieren echar la culpa de esos nubarrones al vecino del norte. Falso. En agosto pasado esos dos aliados hicieron sus ejercicios militares anuales apuntando contra Pyongyang. Luego, a mediados de septiembre fueron las dos partes, y no solamente una, las que lanzaron misiles.
Dos misiles norcoreanos fueron lanzados el miércoles 15 desde un tren y recorrieron 800 kilómetros con un apogeo de 60 kilómetros antes de caer en aguas entre la Península de Corea y Japón. Y en la misma semana, la Casa Azul presidencial de la República de Corea del Sur informó haber lanzado con éxito un misil balístico de fabricación nacional desde un submarino.
El vocero de Joe Biden sólo criticó sólo al misil del Norte: “estos lanzamientos violan múltiples resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y representan una amenaza para los vecinos de RPDC y otros miembros de la comunidad internacional”.
En la misma línea, el primer ministro de Japón, Yoshihide Suga, dijo que “los lanzamientos amenazan la paz y la seguridad de Japón y la región y son absolutamente escandalosos”. El temor japonés tiene que ver con que, según los informes norcoreanos, su misil recorrió 1.500 km, y es capaz de alcanzar Japón y las instalaciones estadounidenses en la zona, Okinawa y otras. El miedo no es zonzo.
En esa propaganda negativa también se oculta otro dato objetivo que habla bien de Corea del Norte: por ahora sigue en pie una moratoria autoimpuesta desde hace tres años en lo que hace a experimentos nucleares y misiles intercontinentales. Eso tampoco lo reconocen.
Aunque Pyongyang queda lejos de casa, casi tan lejos como Teherán, en tanto La Habana está más cerca, lo importante es que las injusticias que el imperio comete contra estos pueblos no queden impunes. “Sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario”, decía un gran revolucionario argentino-cubano que todos admiramos.
::: Sergio Ortiz es miembro del Comité Central del Partido de la Liberación de Argentina :::