“El comunismo es una teoría anticuada del siglo pasado”, “el comunismo está pasado de moda”. ¿Quién de nosotros no ha escuchado alguna de estas frases alguna vez en nuestra vida? Es realmente curioso y a la vez contradictorio que, los mismos que no cesan en repetir que el comunismo es algo “antiguo” y “pasado de moda” sean los mismos que se empeñan en seguir contando mentiras para (pretender) desmontar las experiencias socialistas de una u otra manera. Así es que éste mismo 2019, los conocidos canales HBO y Netflix han estrenado las populares series de “Chernóbyl” y “Los últimos Zares” respectivamente. Series de presupuesto millonario que rápidamente se han ganado la atención del público (en especial la primera de ellas) adquiriendo popularidad y fama a nivel mundial.Como no podía ser de otra manera, estas series pretenden mostrar cuán “malvados” eran los comunistas y cuanto “dolor, sufrimiento y penurias” ha provocado el comunismo materializado en la “terrible dictadura” de la unión soviética. Pero volviendo a la pregunta del principio de este artículo: Si el comunismo es, como dicen los voceros burgueses, algo muerto, anticuado y superado por la gente, ¿Cómo es que se gastan millones de dólares en producciones televisivas con un empeño enfermizo, y por supuesto desacertado, en (pretender) desmontar algo supuestamente anticuado y superado?
Y es que las citadas series no podrían ser sino muestras de propaganda anticomunista barata llena de mentiras y manipulaciones, en un intento vago de desprestigiar e insultar el sacrificio del pueblo soviético.
Empecemos con la serie “Chernobyl”. Una miniserie de 5 capítulos centrada en explotar las baratijas de clichés anticomunistas que tratan sobre cómo la “malvada burocracia soviética” obligaba “a punta de pistola” y bajo “mentiras” y “ocultismo” a los trabajadores a limpiar la central después del desastre nuclear. O sobre cuán incautos e indiferentes fueron las autoridades soviéticas con los afectados del supuesto “mayor accidente ambiental y contaminante” de la historia
La realidad es bien diferente. En occidente y bajo los valores individualistas del capitalismo, es difícil, por no decir imposible, imaginar una sociedad socialista, una sociedad unida bajo principios de solidaridad y amistad en los que los valores colectivos, comunes y sociales primen sobre los individuales. Una sociedad (la soviética) de la que salieron, precisamente, los liquidadores de Chernóbyl, soldados y trabajadores que, conociendo perfectamente los riesgos a los que se exponían, se ofrecían voluntarios para sofocar el desastre nuclear. Gente que no dudó en sacrificar su salud o su vida para salvar otras y para salvar el medio ambiente de la contaminación radiactiva. El estado soviético supo corresponder a estos héroes y su hazaña histórica de una manera honrosa, sin embargo, olvidar este sacrificio, olvidar el sufrimiento que causó y manipular los hechos (como hace HBO en esta miniserie y como hacen los gobiernos capitalistas actuales de los países exsoviéticos) es insultar la memoria de los liquidadores de chernóbyl y ofender el dolor que causó dicho accidente.
El desinterés con el que los gobiernos capitalistas de los países exsoviéticos y las vejaciones con la que trata la serie de “Chernóbil” la memoria y el sacrificio de los liquidadores, se ha llevado por delante la vida de al menos una persona, Nagashibay Zhusupov. Nagashibay es un kazajo de 61 años que en 1986 fué liquidador de Chernobyl. Viendo el trato vejatorio y marginal con el que trata el actual gobierno capitalista de Kazajistán (entre otros) a los que fueron liquidadores y viendo además cómo la serie anticomunista de HBO difunde a nivel mundial mentiras y manipulaciones sobre su hazaña y su sacrificio y la del resto de liquidadores, Nagashibay se quitó la vida el pasado 15 de julio, arrojándose desde un quinto piso. Sí, la propaganda anticomunista del siglo XXI es sumamente letal y sutil.
Para el capitalismo, es realmente necesario manipular la historia en pos de la propaganda anticomunista, sin embargo, no vamos a tener la oportunidad de ver ninguna miniserie en HBO sobre cómo las empresas japonesas, en pleno 2019 y aprovechándose de la miseria de su capitalismo, envían a mendigos y a personas sin techo a limpiar la central de Fukushima (central que en 2011 tuvo un accidente nuclear más importante que el de Chernóbil pero de la que no se menciona apenas nada). Tampoco es objeto de propaganda mediática el hecho de que en 1984 la incompetencia de la empresa privada Estadounidense provocó un desastre químico en la India (desastre de Bhopal) que acabó con la vida de 20.000 personas y afectó a más de 600.000. Víctimas que por cierto, apenas recibieron tratamiento médico mínimo. Un desastre ambiental y humano bastante superior al de Chernobyl pero del que no tenemos casi constancia mediática, puesto que no se puede culpar del mismo al “malvado” comunismo.
Mientras que los ciudadanos soviéticos afectados fueron atendidos por la sanidad soviética y cubanas de forma gratuita y experta, los afectados por los desastres perpetrados por el capitalismo ni siquiera recibieron la mínima atención médica necesaria.
La propaganda anticomunista nos hace saber cuán perjudicial fue para el medio ambiente el accidente de Chernóbyl, pero no nos cuentan que las pruebas militares de EEUU de bombas atómicas que tuvieron lugar en las islas Marshall contaminan 1000 veces más.
En cuanto a propaganda anticomunista audiovisual se refiere, más de lo mismo podríamos decir de la serie “los últimos zares”. Una serie de Netflix estrenada el pasado 3 de Julio que no sólo resbala ridículamente en cuanto a la precisión histórica se refiere sino que se empeña en apuntalar “la maldad intrínseca” de los revolucionarios bolcheviques en tanto blanquea y naturaliza la monarquía Romanov. Una monarquía que, al contrario de lo que nos la pintan en la serie, supuso la opresión, represión del pueblo ruso y de la comunidad Judía durante siglos, caracterizándose por la represión cruel y brutal de los mas mínimos atisbos de justicia social con el asesinato, tortura y represión de miles de personas. Un poder monárquico absoluto, inepto tanto política como militarmente y caracterizado por una pequeña oligarquía sustentada en la opulencia a la vez que subyugaba en la más criminal de las miserias a las minorías étnicas y al pueblo llano. ¿Cuán malvados eran los bolcheviques, que tan solo pretendían construir una sociedad justa, verdad?
A modo de conclusión, quizá deberíamos preguntarnos por qué en lo que llevamos de 2019 ya se han estrenado a nivel mundial dos series televisivas de coste millonario en un intento ridículo pero (desgraciadamente) efectivo de falsificar la historia y desprestigiar la experiencia de la Unión Soviética. La propaganda anticomunista, sutil y moderna en forma (entre otras) de series televisivas es realmente efectiva, lo saben y se ha podido comprobar. La aparente veracidad, seriedad y tono trágico en la que se relatan los hechos da una sensación de seguridad histórica en lo que se relata que el espectador medio, contaminado ya por años y años de propaganda anticomunista barata, ni siquiera duda en cuestionarse la veracidad de la información (manipulada hasta el extremo con fines políticos). Este es un ejemplo tan esclarecedor como sutil, de cómo la lucha de clases y la lucha ideológica no es sólo cosa del siglo pasado, no es ninguna antigüedad, sino que está, en pleno 2019, más vivo que nunca. Lo cierto es que, aunque el bloque socialista cayó hace treinta años, frente a la próxima gran crisis que se avecina y frente a los diarios abusos del capitalismo a nivel internacional, el fantasma del comunismo no sólo sigue recorriendo Europa, sino el mundo entero, y la burguesía lo sabe.